DIOSES DE LA ENÉADA

SET, SEÑOR DEL CAOS Y LA GUERRA

Divinidad de la Enéada, hijo de Nut, el cielo y Geb, la tierra, hermano de Osiris, al que asesinó para quedarse con el trono de Egipto. Inspira veneración y hostilidad al mismo tiempo, aunque tuvo más detractores que defensores. Representa el árido desierto, el viento seco y ardiente que quema la vegetación, las tinieblas y el principio del mal, pero está con la familia a la hora de defender la barca solar en el mundo subterráneo. Era también hermano de Isis, esposa de Osiris, y Neftis, su propia esposa. El resto de la familia lo componían Shu, el aire, y Tefnut, la humedad, sus abuelos; Ra, el Sol, bisabuelo y creador del universo, y Horus, su sobrino, hijo de Osiris e Isis, con quien luchó denodadamente por el trono de su hermano. Transformado en Tifón por los griegos.

ICONOGRAFÍA

Animal que se suele definir como tifónico, una especie de cuadrúpedo con el hocico curvado hacia abajo, las orejas cuadradas y levantadas como cuernos y la cola hendida, parecido a un lebrel, aunque algunos autores lo consideran una mezcla de perro, asno (por las orejas) y oso hormiguero. Tenía los ojos y el pelo del color rojizo del desierto. Durante un tiempo (en la V dinastía) se representó como un hombre con cabeza de animal, un taparrabos, una larga peluca y el uas en la mano. También se puede presentar como un cocodrilo, ya que según la leyenda, su padre Geb lo transformó en ese animal después de que asesinara a Osiris. En Oxirrinco se le identifica con el pez que se comió el pene de Osiris que nunca fue encontrado.

En Edfú aparece como un peligroso hipopótamo macho, a veces de color rojo, que es como se enfrentó a Horus en la lucha por el trono. En Ombos, de donde era originario, se le imaginó como un toro ala do con cuatro cuernos, dos hacia delante y dos de carnero enroscados hacia atrás, un verdadero demonio.

En el Imperio Nuevo incluso se representó con cuerpo de hombre, cabeza de perro y orejas de asno. También se le ha visto como un cerdo macho y una serpiente con cabeza de asno.

ANIMALES RELACIONADOS

Una serie de animales fueron relacionados con Set y por tanto sacrificados en los templos como símbolo de la derrota del dios maligno. El oryx del desierto, animal actualmente protegido por ser un antílope bastante raro, aparece en muchas pinturas con el Faraón a punto de cortarle el cuello. Se sacrificaba en las fiestas de Osiris y Sokar pues representaba a Set después de comerse el Ojo de Horus en el mito osiríaco. De algunas especies, sólo el macho se relacionaba con él, como sucede con el buey rojo, que debía de ser necesariamente de ese color, ofrecido también en sacrificio, y el hipopótamo, un verdadero peligro para la navegación, del que se organizaban cacerías que luego se representaban como una victoria de Horus sobre Set.

Entre los animales que simbolizaban a Set se encuentra el cerdo negro, de visión horrorosa para los egipcios desde que atacó a Horus cegándole o haciendo que se desmayara; el cocodrilo, que también tiene su lado violento y peligroso; la pantera, que, según el mito, es moteada porque Anubis marco con hierro candente a Set, transformado en felino; el asno, que aparece acuchillado en Época Ptolemaica, y extrañamente y en periodo muy temprano se llegó a sacrificar un ganso en su nombre. Algunos autores consideran que cualquier animal salvaje simbolizaba a Set.

HISTORIA

Aparece en Ombos, en el Alto Egipto, donde suplantó (o absorbió) a un dios local del desierto occidental llamado Ash, siendo ambos protectores de los oasis y los viajeros. Su primera representación se halla en la maza del rey Escorpión, de la I dinastía. El mito diría más tarde que nació desgarrando el cuerpo de su madre. Fue adorado casi siempre por las clases altas, y en la II dinastía tuvo un momento de auge cuando Peribsen sustituyó a Horus por Set, y le llamó Horus de Ombos en uno de sus títulos, aunque luego perdió sus prerrogativas hasta el Imperio Nuevo.

Empezó siendo una deidad benéfica, protector de las caravanas y los oasis, y patrón de los metales, denominados por Manetón «huesos de Set». En aquel tiempo se le consideró Señor del Alto Egipto, mientras que a Horus se le asignó el papel de Señor del Bajo Egipto. Esto redundó en enfrentamientos en tiempos de guerra y en alianzas en tiempos de unificación, en los que aparecía junto a Horus en las ceremonias de investidura en el acto de enlazar las plantas simbólicas de ambas tierras de Egipto, el loto y el papiro. Puesto que la mitología osiríaca se desarrolló principalmente en el Bajo Egipto, a Set se le dio en este mito el papel del contrario. Su estrella estaba situada en la Osa Mayor, desde donde pervertía la buena voluntad de Orión, la estrella de Osiris. Fue relacionado con el calor destructivo del verano y se decía que le robaba la luz a Ra cuando los días empezaban a acortarse.

En las estatuas de Senusert I, de la dinas tía XII, en uno de sus momentos de apreciación , Set aparece delante de Horus separado de éste por el símbolo de la unificación. Con la llegada de los hicsos al poder, Set adquirió nuevas prerrogativas, puesto que los pueblos procedentes de Asia Menor tendían a oto gar privilegios a los dioses violentos. Se convirtió en el dios nacional, se le dio un aspecto asiático, recibió los títulos de patrón de la guerra y de las tormentas y se le adoró en un templo cercano a la casa del rey hicso. También se unió a las diosas sirias Astarté , guerrera y diosa del amor, y Anath, también guerrera y sanguinaria. En el mito osiríaco, que se iba adaptando a los caprichos faraónicos, Ra le otorga a estas dos esposas a cambió de que le ceda el trono a Horus. En la dinastía XVIII, Tutmosis II de Tebas se llama a sí mismo «Querido por Set». En la dinastía XIX, los faraones ramésidas, que se pusieron su nombre (Seti) y se trasladaron al delta, le agradecieron que defendiera la barca solar contra la serpiente Apofis, a la que derrotaba cada noche en el mundo subterráneo para que Ra pudiera continuar su viaje nocturno, promovieron su título de dios guerrero y contaron con su ayuda en las batallas.

La imagen más popular de Set lo muestra en la proa de la barca solar arponeando a la gigantesca serpiente enroscada. Así lo describe Ramsés III simbolizando la destrucción de los pueblos del Mar, que suponían un peligro para el país. En cambio, su mal carácter hizo que, para la gente corriente, Set fuera un dios contra el que hay que protegerse, pues vive en lóbregos rincones y se apodera del alma de los difuntos que no cumplen los requisitos necesarios.

En la dinastía XX todavía hubo un faraón que se puso su nombre (Setnajt), pero a partir de la dinastía XXII sólo se reconocieron sus aspectos negativos, los egipcios en general sentían un gran rechazo. Volvía a ser el asesino de Osiris.

SET EN EL MITO OSIRÍACO:

Osiris era sin duda un dios perfecto, que se casó con Isis, unificó el país y se convirtió en el rey de toda la tierra sin derramar una gota de sangre. Por eso, Set, lleno de envidia, organizó el asesinato de su hermano, lo metió en un cofre y lo echó al río. Isis recuperó el cofre, pero, en un momento de descuido, Set lo encontró y para que no volviera a suceder lo mismo, hizo catorce trozos del cadáver. Isis recuperó los pedazos, excepto el pene, devorado por un oxirrinco, y le infundió nueva vida, aunque Osiris se vio relegado al papel de dios del mundo subterráneo. Años después, Horus, el hijo de Osiris, que había permanecido escondido en el Delta, reclamó el trono de Egipto que tan innoblemente le había arrebatado Set a su padre. Y empezaron las luchas entre ambos. El tribunal de dioses, formado por la familia de Ra, estaba a favor de Horus, pero el propio Ra no veía con malos ojos a Set en el trono. La lucha fue feroz. Pero Isis se puso de parte de Horus como una madre encelada y consiguió que todos lo aceptaran como rey de Egipto para evitar los desórdenes que la lucha estaba provocando en el país. La guerra que siguió entre ambos dioses y sus ejércitos, representada en algunos templos, como Edfú, podría representar la lucha contra un poder extranjero, que acabó derrotado. Cuando, más tarde, Osiris se convirtió en el dios más popular de Egipto, su asesino se convirtió en símbolo de la maldad.

No obstante, Ra seguía de parte de Set, que era mayor que Horus, y lo aceptó como si fuera hijo suyo. En el Imperio Nuevo, el «Señor del cielo del norte» era responsable de las tormentas y como tal fue invocado por Ramsés II para que impusiese el sol y el calor y permitiese llegar a tiempo a una princesa hitita a su corte. A diferencia de Apofis, que encarna el mal sin paliativos, Set ansiaba el poder y tenía virtudes y defectos como todos los seres humanos. Como aliado de Ra, estaba junto a los faraones. Además, Horus vivía en el delta, y Set siempre protegió a los reyes del Alto Egipto, donde también defendía a las caravanas que portaban el oro, hasta el punto que se le denominó el «Dios de la ciudad de oro». Tampoco hay que olvidar que los egipcios tenían muy clara la necesidad del mal para que existieran el bien y la justicia que permitían el orden de Maat.

SETI I Y LA ARMONÍA DEL UNIVERSO

Cuando Ramsés I, fundador de la XIX dinastía, accedió al trono, ya tenía una edad muy avanzada, probablemente por esa razón no tardó en nombrar corregente del reino al que había de ser su heredero, Seti I, el adorador de Set, mostrando un curioso gusto por la armonía y el equilibrio del universo, que necesitaba tanto del bien como del mal para funcionar. En cualquier caso, Set era un apoyo conveniente para un rey guerrero, que en su primer año de reinado partió a la conquista de Siria con su ejército dividido en tres secciones con los nombres de Amón, Ra y Set, descritas en el templo de Karnak. Más tarde, Ramsés II dividiría su ejército en cuatro secciones denominadas Ptah, Amón, Ra y Set. Seti I fue un rey de rasgos delicados que hizo grandes conquistas y que se construyó en el Valle de los reyes una de las tumbas más grandes y bellamente decoradas de Egipto. Curiosamente, en el grandioso templo que construyó en Abidos no dejó ninguna capilla dedicada al dios del desierto.

"Hemos visto un mundo que fue, o acaso mejor, una sucesión de mundos que fueron y ya no son. Pero las piedras hablan y en ellas los signos están escritos”

(Juan Marín, El Egipto de los Faraones, 1954: 380).​